Cada vez que voy a Montevideo me gusta visitar sus cafés.
Tienen algo de lo que alguna vez fueron los de Buenos Aires.
Recuerdo una tarde, luego del mediodía, fui al Brasilero, allí en la calle Ituzaingó.
Me senté al lado de la ventana y me dispuse a leer el diario. No pasaron más de cinco minutos cuando una presencia inquietante distrajo mi lectura.
Era Eduardo Galeano, quien se sentó a pocos metros míos. Pensé por un momento en levantarme y hablarle, pero no le dije nada. Me fui antes que él, caminando por la ciudad vieja, que había adquirido un nuevo color ante mis ojos.
En otra oportunidad, me encontraba caminado por la Calle Colonia en pleno centro de Montevideo y miré para adentro de un bar, de esos típicos de la zona.
Era sábado antes del mediodía y reconocí, entre un grupo de personas, a Mario Benedetti. Su cara de hombre bueno, esa que recordamos tanto por estos días, me quedó impresa para siempre en mis recuerdos.
Y lo último que voy a contarles. No hace tanto tiempo, un mediodía me crucé al Canario Luna. El hombre, estaba acodado en una barra, vaso en mano. Hablaba y hablaba entre un grupo que lo escuchaba y reía.
Pero no sólo ellos están en los bares de Montevideo. Muchos hombres y mujeres se sientan en sus mesas con la intención de detener el tiempo.
¿Hay muchos programas mejores que ese?
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