En el verano del 2001 estuve por Montevideo.
Playa de día, Teatro de verano de noche.
Acá me quiero detener.
Cierta vez vI algo que me cambió, una de esas cosas que luego verlas, uno no es el mismo.
Así sucede con algunas pocas películas, y algún que otro libro.
En este caso, una murga, Contrafarsa, el Tren de los sueños, de eso se trata. Tren y sueños.
Tren que tiene que ver con movimiento, con viajes. con ir para adelante, como diría años después Tabaré Cardozo.
Sueños que felizmente nos atan y nos marcan un rumbo.
Tan pocas mentiras hay como aquella que soñar no cuesta nada.
Soñar cuesta mucho. Como leí alguna vez, los sueños sobreviven en nosotros como una enfermedad, no se curan hasta que no se realizan, miren si no cuestan. Por eso tiene razón William Blaque cuando dice que no se deben cultivar sueños que no puede cumplir.
Recuerdo que esa noche el teatro ardía, como poca veces lo vi.
Y que estalló en la retirada.
El Pitufo que no mide mucho más de metro y medio, medía cinco. Eran un gigante entre gigantes.
Era el tiempo del clásico Diablos- Contrafarsa. Una vez una, una vez otra.
Esta vez la Contra.
Recuerdo que ese día entendí que hay cosa que nos transportan a otra realidad.
El espacio era otro y el tiempo se detuvo.
Miré el reloj: poco más de medianoche.
Caminé por la rambla, hasta Pocitos.
Miré el mar y no lo pude creer.
Y hoy que lo recuerdo, tampoco.
Visitante y el Tren de los sueños
viernes, 14 de agosto de 2009
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